Hay premios y galardones que, según a quién se concedan, dan más lustre a aquellos que los otorgan que a sus receptores. E, igual que al Nobel de la Paz no le han concedido a José Andrés, en el fallo de la Guía Michelin del pasado mes de noviembre, la guía que otrora ocupara el cetro mediático y aún goza de la patina del prestigio de la profesión de los fogones, se quedó sin Sacha. Bueno, sin Sacha, y sin otros cuantos cuya ausencia debe ser hiriente para los consternados responsables de la guía. No obstante, hace ya tiempo que la ocupación de los comedores depende poco de las estrellas de la guía de la fábrica de neumáticos y conseguir mesa en Sacha no es tarea fácil.

Platos como la ostra escabechada, de tradición marinera; o la sardina que reemplaza al boquerón en un tabernario matrimonio con anchoa y patatas chips; justifican para muchos, entre los que estamos, la visita a la casa de Alejandro “Sacha” Hormaechea. También discurren por derroteros marinos los berberechos, de porte descomunal, que suministra Laureano Oubiña y que llegan a la mesa apenas se abren. La mayonesa que escolta a unos tacos de merluza de interior tan inmaculado como su fritura, se emulsiona con los jugos de su cabeza. Otro año será, Michelin.