Al final, parece que de tascas, tabernas, casas de comida y otros asimilados de tan venerable estirpe, si algo llegó a pasar de moda no fue su cocina, sino –acaso—el envoltorio que las acompañaba. Al grupo de los que recuperan –y afinan— las elaboraciones que en ellas se transaban, sirviéndolas en locales más acordes a los tiempos y las costumbres, se une este La Tajada, del cocinero Iván Sáez que en su vecino Desencaja muestra una cara más creativa.
Las especialidades que probamos, muchas de ellas disponibles en formato de media ración aunque no figure esta opción en la carta, resultaron convincentes y acertadas en su preparación: es lo que se espera de cocineros de la talla de Sáez cuando se mueven por los caminos de la tradición, que clave los resultados. Y vaya si los clava: la ensaladilla rusa, con las patatas machacadas y huevas, no defraudará a la legión de aficionados a este platillo. Igual sucede con las patatas revolconas y sus torreznos de rigor, inmaculadamente tratados. El guiso de callos toca todas las teclas que tiene que tocar, incluida la de la mesura en el picante. Al bacalao ajoarriero con huevo frito de gallina solo cabe reprochar que no le pongan más huevos: mejor con un par. De postre, una magnífica tarta de queso, ajena a la moda de la liquidez, a la que nos apresuramos a quitarle su nariz –así dicen a su pico en Francia.