Un avezado gastrónomo con quien compartimos mesa en nuestra última visita a Casa Pedro nos contaba que, semanas atrás, sus compañeros de mesa se alegraron al abrir la carta y comprobar que no precisaban explicación alguna de los platos. Probablemente, esa alegría indique que los comensales habrían dejado la treintena a sus espaladas, alegará algún lector malévolo. Tal vez tenga razón, pero no es menos cierto que Casa Pedro nos devuelve una cocina de sabores e identidad reconocibles, a menudo grabados en el paladar, que haríamos bien en valorar en su justa medida.
Con Pedro Guiñales y su hija Irene a pie de obra, dirigiendo un servicio de sala eficaz, comienza un desfile de platos y tradición gastronómica. Acertada ensalada de corujas con encurtidos. Precisa fritura de la morcilla de arroz burgalesa, de la que sale indemne su corte. Para comparar, una más contundente morcilla de Ronda, a base de hígado. Aprovechando las fechas, el potaje de garbanzos con espinacas y bacalao, un guiso que dominan en la casa. En esta ocasión, algo desabrido el escabeche, especialidad con la que no suelen fallar. Sabrosísimo y jugoso el conejo al ajillo, con la salsa bien trabajada, que merece la pena probar. Señas y tradición sin nostalgia.