Una de las cuestiones que, con mayor frecuencia, los cronistas del comer y beber tenemos que sortear es aquella de ‘recomiéndame un sitio al que ir’. Cabría argüir que tratamos de responderla todas las semanas y que, enfrentados al uno contra uno, su contestación requiere un ejercicio de ponderación de mil variables… que rara vez es valorado por el interlocutor. Así que, para cortar por lo sano, no es mala respuesta sacar los restaurantes a los que acabo regresando una y otra vez. Y entre ellos, desde hace tiempo, La Buena Vida ocupa una posición destacada. El local, en el que Carlos Torres cocina y Elisa Rodríguez dirige la sala y se ocupa del vino, honra su nombre en cada servicio. Aunque ni setas ni trufas nos han dado grandes alegrías esta temporada, la melanosporum se despide con un último hurra que aquí se concreta con un cremoso puré de patatas, con la exigida mantequilla, y huevo pochado. Una terrina de foie gras y lengua aúna sabor, elegancia y texturas. Delicadeza en las yemas de erizo apenas entibiadas por el calor del caldo dashi. Unos lenguados de tamaño más que notable, son trabajados con rigor en la sartén de Torres hasta convertirlos en memorables. Qué bello es vivir, sobre todo bien.