El otro día me encontré por casualidad con mi amigo Pedro, sí, él del verano…
– “¡Anna Dagny! ¡Qué ilusión verte! ¿Cómo estás? ¿Cómo es que no me has llamado? Vente un día a nuestro club…”
– “Emmm… Sí, gracias, yo, estupendo, trabajando siempre, qué más se puede pedir, ¿verdad? Quería llamarte, pero como ya sé que sólo puedes los jueves en el club…”
– “Yo tampoco tengo mucho tiempo, pero cada jueves a las nueve estoy en el club, con los amigos, y me lo paso genial. Tomamos una cerveza, nos echamos unas risas… Por cierto, Paco ya no viene, qué pena, ¿sabes algo de él?”
– “Paco ha perdido el trabajo…”
– “Vaya pena, lo de la puta crisis, e…”
– “Le llamé ayer, pero es que no sale. Dice que con lo que le cuestan dos pintas puede comprarles fruta a las niñas para toda una semana.”
– “¡Qué jodido, el tío! Pero, ¡qué exageración!… Ba, ya se recuperará. Nosotros le esperamos siempre a las 9, el jueves, y a ti también.”
– “Yo libro los jueves por la tarde, pero prefiero dar un paseo por el centro… o me da por mirar unas tiendas, o me voy a casa a estudiar un poco, o voy a correr o miro qué álbumes nuevos han salido, o…”
– “Ya, ya, ya está, perdiendo el tiempo… En el club podrías conocer a gente, a lo mejor te saldría otro trabajo. O te podrías apuntar a una academia para seguir formándote y a la vez estar con gente, así estarías ocupada…”
– “Pero si yo leo y estudio mucho. Y quedo con mis amigos… Cristina, Encarni, Paco, Cielo…”
– “¿Con la Cielo que viste tan raro? La primera vez que la vi pensé, si así visten en Quito, ya entiendo de dónde han sacado el nombre para esa ciudad: Faltaría ponerle “Melania” en vez de “Cielo” – ¿Cuál sería el apodo? La “Mela” de “Quito”, me la quito, jaja…”
– Pedro, ya está bien, cállate. Además, está sonando tu móvil…”
– “¿Sí? Hola, María… ¿Que el jueves no vais a poder ir al club? Vaya, qué pena… Bueno, no pasa nada, nos vemos la semana que viene… ¿Que os váis a desapuntar? No me digas… el pobre… ya, ya, cómo lo siento… bueno, ya nos veremos. Un abrazo para Félix… Adiós.
Jo, Anna, menos mal que me los he quitado del medio, eran unos plastas descomunales, sabes… ¿Anna? ¿Anna? Joder, ¿dónde estás?”
Yo estaba al lado, al ladito, como diría Quito, perdón, Cielo… Es que en la floristería al lado había empezado a sonar “Wonderful… Marvellous…” y no le pude resistir: Cada vez que escucho esta canción, se me olvidan todas mis molestias y me pongo a bailar… Si estoy en público, a veces bailo sólo con la punta de un pie, pero bailo…
Entré en la tienda y respiré hondo. Dentro había un perfume a plantas de todo tipo. Me vi de repente rodeada de una selva tropical, frondosa, redonda y afilada a la vez, contradictoria, irregular, impredecible, incalculable, imperfecta, pero fecunda, resplandeciente de vida, refrescante… Seguía sonando “Wonderful… Marvellous… that she should care for me…” y yo empecé a mover mi pie derecho como la muñeca de una bailarina pegada en un trocito de madera donde pone algo sin sentido como “Estuve en Arcos y me acordé de ti.”
La vendedora me estaba mirando, sonriendo un poco insegura. “¿Qué deseaba?”
“Un clavel de color fucsia, por favor… Sí, éste sería perfecto… Muchas gracias.”
Salí de la tienda. Con un gesto y una sonrisita algo irónicos le di el clavel color fucsia a mi amigo Pedro y le dejé estupefacto en medio de la calle. Balbuceó algo que no llegué a entender, pero en ese momento, yo no tenía ganas de darle más explicaciones. No sé si algún día comprenderá ese gesto… Sólo sé que si llega a comprenderlo algún día, ése día no será un jueves.